Cómo actuar ante el relato de una víctima de abusos

Raquel Romero, psicóloga de Betania, explicó a agentes de pastoral del arzobispado de Madrid por qué es tan difícil para una víctima de abusos sexuales decidirse a contar su caso. Y por qué es tan grande la responsabilidad de la persona a quien elige para hacer esta confidencia. Fallarle en ese momento puede dar lugar a una revictimización, tan grave o más que la primera.

La persona víctima de una agresión sexual habla cuando puede, no cuando quiere. “El relato no es una construcción que la persona tenga, sino una conquista a la que debe llegar”. Un paso fundamental en su proceso de sanación que le va a permitir “poder pedir justicia y reparación”, pero que a veces tarda varios años en llegar. Si llega… La seguridad que le transmita a la persona victimizada su entorno es una variable clave en el proceso.

De todo ello habló la psicóloga Raquel Romero, de la Asociación para la Acogida Betania, en una formación a agentes de pastoral del arzobispado de Madrid, organizada el 24 de octubre por la fundación Repara, entidad diocesana encargada de la atención a víctimas.

Primera advertencia que les lanzó la psicóloga a los agentes de pastoral de Madrid: “Escuchar un abuso es una realidad incómoda que nos pone en conflicto de lealtad con la institución a la que pertenecemos y a la que amamos”.

Y sin embargo, por dura que resulte admitir que “esas cosas pasan” en la Iglesia, el dolor es incomparable con el que ha sufrido la víctima. No es solo el hecho traumático de la agresión en sí. Además “opera la vergüenza. La desconfianza e incredulidad de los demás. Y en el caso de las personas católicas, el concepto de pecado”. 

Para sobrevivir, la persona victimizada “se va haciendo capas, como una cebolla, cada vez más gruesa. Se acomoda a vivir con ello”, pero los daños siguen aumentando. “Es como una piedra en el zapato que nunca me puedo quitar: al final esa piedra me va a generar tropiezos y me va a terminar lesionando la cadera”.

Y de repente “un día la persona dice basta”. “El revulsivo puede ser muy variado: que el perpetrador de la agresión vuelva a la vida de las personas y vea que hay terceras personas en peligro, un momento evolutivo en la vida de la persona.:..”.

Romero aludió a una experiencia personal, una paciente a quien estaba a punto de darle el alta tras haber superado un problema de ansiedad, que de repente se sincera: “Raquel, tengo una cosa que contarte…”.

El reto es “desmontar esa cebolla”, “un trabajo hercúleo”; en palabras de la psicóloga de Betania. “Desde fuera puede parecer fácil, pero la víctima está llena de contradicciones: porque quiero pero no quiero; quiero sanar, quiero crecer , quiero sentirme bien…, pero no quiero decepcionar, no quiero exponerme, no quiero sentir más daño, no quiero dañar a terceros…”

Esta es la explicación de por qué “el relato está lleno de contradicciones”. “No es un signo de falta de realidad, sino un aspecto natural del proceso, que debemos acompañar con calma y con paciencia. Y sobre todo, de un modo especializado y profesional”.

Cómo actuar ante una revelación

Cuando la persona victimizada se decide a hablar, “no suele tener a un psicólogo a la puerta de su casa, esperando”. El receptor de su revelación puede ser “esa catequista maravillosa que me escucha y me comprende”. O cualquier agente de pastoral de su confianza. Por ello, insistió Romero, es preciso un mínimo de formación sobre cómo actuar en estos casos.

“Lo primero, cuidado con los mitos, que hay muchos”, como el de que “si hubiera sido de verdad víctima de abusos, me hubiera dado cuenta. Pues no siempre”. O que “hay signos físicos evidentes”: puede no haberlos, o tal vez “ya se han borrado”. Igualmente hay que desterrar la idea de que “las agresiones sexuales las hacen desconocidos o enfermos”, o la de que “si la familia conoce el abuso, lo va a denunciar”, porque a veces “las familias desarrollan complejas redes de lealtad que a veces atrapan más que protegen”.

Ojo también con los juicios de valor, poniendo el duda la credibilidad del relato: “no somos jueces”. Ni restar importancia a los hechos porque tal vez han sucedido hace mucho tiempo (el trauma permanece y “la persona puede buscar algún tipo de reparación”).

Pero tampoco conviene pasarse en sentido contrario, con actitudes paternalistas. Lo mejor es “poner cara de póker” y “escuchar atentamente, sin perder la calma ni asustarse”.

Si hay que preguntar, que sean “preguntas abiertas”, no cerradas, del tipo “¿cuántas veces abusó de ti?”, porque a lo mejor ella ni siquiera lo tiene claro, y podemos estar contaminando el trabajo pericial, “induciendo respuestas y contaminando el testimonio”.

En definitiva, lo que se demanda de quien recibe esa revelación es “empatía” y “mucha paciencia”.

Si la víctima es menor, no hay duda: lo primero es poner los hechos en conocimiento de las autoridades. Y transmitirle toda la seguridad que sea posible, porque el camino que tiene por delante “es muy duro”.

Sea menor o adulta la persona, en todo caso es importante tomar conciencia de la gravedad del hecho de haber sido elegidos por ella para esta confidencia. La víctima es como un perro apelado, no confía en nadie. El trauma ha roto de tal forma su confianza en la humanidad que es fácil que no pueda confiar en nadie”.

Si le fallamos en ese momento, advirtió Romero, seremos responsables de una revictimización, tan grave o más que la primera. 

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